Los protagonistas, un anciano al que acompaña un niño "gordito" y una anciana ya fallecida. El antagonista, otro anciano. Pese a los tópicos de la trama, dividida entre el bien y el mal, es muy destacable el papel otorgado a los ancianos. La tercera edad, invisible en la mayoría de los papeles protagonistas cinematográficos (recuerdo ahora "El hijo de la novia", una entrañable historia que también rompe con esta tendencia), se presenta en este caso en primer plano.
La animación, la publicidad, internet. Los niños son manipulables, para bien o para mal. Es fácil llegar a ellos y hacerles entender que no viven en un cuento de princesas ni de futbolistas, que no todo el mundo es joven y guapo, que el ritmo vital es el que es, más allá del bótox.
Hay veces que se sabe aprovechar ese potencial. Si ese "a veces" dejara de ser eventual y se convirtiera en un contrato fijo con los niños, dentro de unos años viviríamos en una sociedad diferente. Es una convicción. La educación es la solución a la crisis, a la corrupción, a las estafas, al cohecho, a la sociedad del miedo, al alarmismo de la gripe A, a la tragedia de la inmigración, a los homicidios y otros malos vicios de la humanidad. El hombre, a mi juicio y contradiciendo a Hobbes, no es malo por naturaleza.